Caña y Bravas.

Es una mañana de miércoles en Donosti o mejor aún, en el Antiguo, porque los del antiguo cruzan el túnel para ir a Donosti.
Son las 12 del mediodía y he pedido una caña y una de bravas, la terraza está medio vacía, solo hay tres jubilados en la mesa de al lado tomando un vino.
Hablan sobre números 1 en estudios superiores y de las dificultades que tienen algunos de ellos para llevar una vida «normal». Buenos puestos de trabajo y poca o escasa facilidad para gestionar amistades, afectos, amores, etc.
La carretera está a unos cuatro metros de distancia pero el lugar es tan perfecto que el sonido de los pájaros puede con el de los coches.
Es una suerte de edificio de tres plantas que en su día estaría en las afueras y hoy aguanta estoico rodeado de viviendas altas y feas a partes iguales.
La mañana transcurre sin sobresaltos aquí, quitando la sirena de una ambulancia y la llegada de una furgoneta cargada de verduras, huevos y cajas de pollos.
Por momentos el viento es fresco, en este verano de temperaturas más acordes de esta zona que otros años. Donde salir sin un por si acaso es casi imposible y dormir tapado vuelve a ser lo más habitual.
Es una mañana cualquiera de miércoles en un bar de barrio con pretensiones de llenar, agradar y que sea rentable, sin engañar. Si no echan reducción de módena a las ensaladas seguro que merece la pena venir a comer y si tienen tarta al whisky de postre se puede convertir en mi bar favorito.
Es ver pasar la vida con unas patatas y una cerveza, leyendo a Atxaga y dejando que pase el tiempo.

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